Las tesis urbanistas predominantes en el siglo XX proponían un modelo de ciudad para los coches y la productividad, en lugar de para las personas. Roser Casanovas, arquitecta del Col·lectiu Punt 6, señala que “por eso ha generado áreas homogéneas de vivienda, de compras, de ocio, industriales y de trabajo alejadas de las casas y todo ello conectado con unas grandes infraestructuras que ha potenciado el uso del coche privado".
Jane Jacobs (1916 - 2006), urbanista norteamericana de referencia y activista, fue una de las primeras opositoras de las ciudades diseñadas contra las personas. En su libro, Dark age ahead (2004), defendió que "la principal causa de la destrucción de las comunidades no han sido ni las drogas ilegales ni la televisión, sino los coches".
El testigo de esta teoría se lo tomó en los años setenta el arquitecto danés Jan Gehl, que desde entonces se ha dedicado a transformar capitales como Nueva York, Sidney, Londres o Moscú. “Ahora la construcción de las ciudades se focaliza en las personas, en los peatones y en el desplazamiento en bicicleta que cada vez se está potenciando más en todo el mundo. Este es el urbanismo moderno, y el antiguo se centra en más y más coches”, cuenta el reputado urbanista por teléfono desde su estudio en Copenhague.
La densidad de coches en Barcelona supera las cifras de otras grandes ciudades: unos 5.700 coches por kilómetro cuadrado,frente a los 2.100 de Madrid y los 1.300 de Londres. Y este modelo de movilidad tiene consecuencias directas en nuestra salud.
"La contaminación que viene del tráfico es más nociva que otro tipo de contaminantes", explica la epidemióloga Bénédicte Jacquemin. Según esta investigadora de ISGlobal, entre 3,5 y 4 millones de muertes en el mundo son debidas a la contaminación atmosférica y el tráfico es la principal fuente de emisiones.
La esperanza de vida en Barcelona aumentaría en 47 días si se lograran reducir las partículas PM 2,5 a los niveles recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y se evitarían 3.000 muertes prematuras al año en Barcelona, según Jacquemin. Incluso por debajo de los límites, la exposición continuada a la contaminación atmosférica provoca enfermedades. Como por ejemplo, el asma.
Por último, la contaminación acústica también tiene efectos en la salud. Los ciudadanos de Barcelona se exponen a un 18% más de ruidos por el día y a un 44% más sobre los niveles saludables. Además de las alteraciones del sueño, el ruido también aumenta el estrés y afecta al sistema cardiovascular. “La medida principal es reducir el tráfico”, sentencia Jacquemin.
El urbanismo también es uno de los responsables de la falta de actividad física. La OMS considera el sedentarismo uno de los problemas mundiales de salud pública. Al menos el 60% de la población mundial no hace suficiente ejercicio y en Barcelona el 70% de los ciudadanos no caminan 20 minutos al día, la actividad física mínima recomendada por este organismo internacional.
Si construyes carreteras, invitas a más tráfico. Si construyes zonas para peatones, invitas a la gente a caminar, a relacionarse con sus vecinos y se reducen los accidentes. Ese es el objetivo, por ejemplo, del programa Camí escolar, espai amic, que los niños puedan caminar por la calle en seguridad de camino al colegio sin los riesgos que conllevan los coches. El hecho de que no puedan, como en otras épocas, salir a jugar al aire libre, también tiene consecuencias para la salud de los más pequeños.
“Los niños se ensucian en los charcos, escriben con tiza, saltan a la cuerda, patinan, juegan a las canicas... Buena parte de su encanto reside enla complementaria sensación de libertad para corretear por las aceras. Si estas cosas no se hacen casual y accesiblemente, casi nunca se hacen”, escribió Jacobs en su libro Muerte y vida de las grandes ciudades.