“Chicos, venid, que van a dar las ocho”. Los niños dejan la Tablet. Los padres tiran los móviles al sofá o los dejan en la mesa. Son casi las ocho de la tarde, y por unos minutos esos aparatos que se han convertido prácticamente en la prolongación de uno mismo quedan aparcados.
Baja el consumo de datos, el tráfico por Internet. Suben el sonido y las emociones. Los aplausos, las bocinas toman el protagonismo. O las canciones que suenan en los balcones. Que se escuche, que se escuche alto, bien alto, el reconocimiento a todas las personas que en estos momentos velan por todos. Que las miradas, los saludos, los gestos cómplices entre vecinos nos confirmen que #seguimosconectados y nos regalen unos minutos de liberación y de desahogo. Unos minutos para convencernos de que es posible.
Durante ese tiempo, mientras salimos a la ventana y aplaudimos, todo se detiene. Todo lo demás pasa a un segundo plano. Incluso los móviles. Incluso Internet. Ya volverán luego; ya los cogeremos de nuevo. “Aplaudid, aplaudid fuerte, chicos. Que nos escuchen. Que nos escuchen muy alto”.