Farmacoterapia y psicoterapia se dan la mano en el tratamiento actual de las enfermedades mentales
¿Por qué a veces las personas oyen voces, creen cosas que a otros les parecen extrañas, tienen pensamientos obsesivos o parecen estar fuera de la realidad? El cerebro es una de las creaciones más complejas y enigmáticas que existen y tratar sus enfermedades requiere una integración efectiva entre psicoterapia y psicofármacos
“Los hombres deben saber que el cerebro es el responsable exclusivo de las alegrías, placeres, risa y diversión, y la pena, desaliento y las lamentaciones. Y gracias al cerebro, de manera especial, adquirimos sabiduría y conocimientos, y vemos, oímos y sabemos lo que es repugnante y lo que es bello, lo que es malo y lo que es bueno, lo que es dulce y lo que es insípido… Y gracias a este órgano nos volvemos locos y deliramos, y los miedos y terrores nos asaltan… Debemos soportar todo esto cuando el cerebro no está sano…Y en este sentido soy de la opinión de que la víscera ejerce en el ser humano el mayor poder” decía ya Hipócrates (s.IV aC) en su tratado Sobre la enfermedad sagrada.
Efectivamente el cerebro es el encargado de controlar y regular la mayoría de funciones del cuerpo y de la mente, desde la respiración, los latidos del corazón, el hambre y el sueño hasta nuestro razonamiento, memoria, conducta, emociones… y los trastornos mentales serían en términos generales "las alteraciones de los procesos afectivos y cognitivos del desarrollo". Una persona con una enfermedad mental podría, por tanto, tener dificultades para razonar, alteraciones del comportamiento, impedimentos para comprender la realidad y para adaptarse a diversas situaciones.
Así lo recoge el informe “El valor del medicamento desde una perspectiva social”, elaborado por el centro de investigación en Economía de la Salud Weber con el apoyo de Farmaindustria, y que dedica un capítulo a analizar el impacto que la innovación farmacéutica ha tenido sobre los resultados en salud y calidad de vida de las personas afectadas por trastornos mentales.
Tratamientos multidisciplinares e integrados
Atrás quedan los años en los que estos pacientes eran recluidos en hospitales para “dementes” o manicomios y pasaban los días vagando frente a altos muros sin apenas posibilidad de recuperación. Hoy los enfermos mentales han pasado del aislamiento y la soledad a la vida en comunidad gracias a la gran evolución en el desarrollo de psicofármacos y a un cambio radical en el modo en que son percibidos y atendidos los pacientes. Si bien los nuevos fármacos tienen menos efectos secundarios y son más eficaces para controlar los síntomas más pronunciados y mejorar la calidad de vida, este abordaje farmacológico se circunscribe siempre dentro de un tratamiento multidisciplinar e integrado que incluye psicólogos, psiquiatras, educadores, trabajadores sociales, médicos y enfermeros psiquiátricos, terapeutas ocupacionales… El seguimiento de la terapia farmacológica y psicológica en manos de buenos profesionales será fundamental para que el paciente pueda llevar una vida lo más normalizada posible.
Cuando la sociedad quería linchar a los locos
Echando la vista atrás, en España los primeros manicomios se fundaron en grandes ciudades como Valencia (1409), Barcelona (1412), Zaragoza (1425), Sevilla (1436), Palma de Mallorca (1456), Toledo (1486) y Valladolid (1489). El primero, el Hospital de Santa María de Inocentes, locos y orates nació tras un episodio en el que el padre Juan Gilaberto Jofré (1350-1417) tuvo que intervenir para defender a un pobre loco al que intentaban lapidar.
Según se relata en Historia de la locura en España, de E. González Duro, las personas que ingresaban en estos establecimientos, bien por solicitud de sus familiares o recogidos en la calle, tenían que contar con el diagnóstico de demencia (a raíz de “comportamientos de locos” como agitación y gritos, dejar de comer y desgana, intentos de suicidio, agresividad, desnudez, enfermedades incurables, etc.) “Los manicomios surgieron para proteger a las personas con problemas de salud mental de las masas sociales que querían lincharlas. En estas instituciones se las acogía, no se las trataba, ya que no eran consideradas enfermas, sino diferentes y potencialmente peligrosas e imprevisibles”, asegura Juan Sánchez Vallejo, psiquiatra y escritor.
Durante siglos, cuerdos y locos vivieron separados por un alto y grueso muro y estos últimos fueron sometidos a hacinamiento, tratamientos crueles como electroshocks, lobotomías o inyecciones de insulina y lo peor de todo, al olvido. En 1950 se empezó a utilizar el primer medicamento antipsicótico y con la cercanía de los años 60 se fraguó el consenso sobre la necesidad de un cambio en la asistencia psiquiátrica que tendiera a la integración y la atención integral y en comunidad para poner fin a la segregación y la estigmatización. Finalmente, en abril de 1986 se aprobó en España la Ley General de Sanidad y la Reforma Psiquiátrica que cerró los manicomios y ofrecía a las personas afectadas por problemas de salud mental la posibilidad de ser tratadas como cualquier otro paciente y hacerlo, además, en su entorno socio-familiar.
Innovación farmacéutica en salud mental
Esto supuso una gran revolución y obligó a revisar los protocolos relativos a las intervenciones en salud mental, tanto desde el punto de vista psicológico como biológico. Ahondando en el plano biológico, la Organización Mundial de la Salud expone en su informe “Tratamiento farmacológico de los trastornos mentales en la atención primaria de salud” la necesidad de que “los pacientes reciban fármacos adecuados para sus necesidades clínicas, en dosis ajustadas a su situación particular”, siendo los psicofármacos “medicamentos esenciales” que pueden “paliar síntomas, reducir la discapacidad, acortar la evolución de muchos trastornos y prevenir las recaídas. Asimismo, llama la atención sobre la importancia de “mejorar no solo el acceso sino también el uso adecuado de medicamentos para trastornos mentales”.
Las pruebas empíricas han demostrado que los psicofármacos son eficaces para algunos trastornos y pueden aliviar el sufrimiento y mejorar la calidad de vida de muchos pacientes si se usan de forma correcta y en diálogo con la psicoterapia y el apoyo social. En el caso de la depresión, que afecta a más de 300 millones de personas en el mundo, la asistencia psicosocial puede complementarse en pacientes con trastorno depresivo mayor y potencial riesgo suicida con antidepresivos que reduzcan la gravedad de los síntomas. Destaca en este campo la introducción en 1984 de los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS). Los ISRS tienen menos efectos secundarios que otros antidepresivos, explican en el informe de la Fundación Weber, ya que solo afectan a la recaptación de bombas responsables de la serotonina, una molécula que sirve como un neurotransmisor, o “mensajero químico” en el cerebro.
La quetiapina, para el tratamiento del trastorno bipolar, el inhalador de loxapina, para la agitación asociada con la esquizofrenia, o la reciente terapia de aripiprazol lauroxil, también para pacientes esquizofrénicos, son otros de los fármacos que actualmente destacan en el tratamiento de los trastornos mentales. Además, cabe destacar el uso de biomarcadores, los cuales están siendo diseñados para mejorar el diagnóstico y evaluar la respuesta de los pacientes a las terapias, así como para conocer nuevas dianas terapéuticas.